• 1

    "La escritura no es producto de la magía, sino de la perseverancia" (Richard North Patterson)

  • 2

    "Escribir es una forma de hablar sin ser interrumpido" (Noel Clarasó)

  • 3

    "Escribir con sencillez es tan díficil como escribir bien" (W. Somerset Maugham)

  • 4

    "Aprende tanto escribiendo como leyendo" (John Dalberg-Acton)

 

 

 

La novela gótica proliferó como género al final del siglo XVIII, y en sus inicios destacaron dos autoras, Sophia Lee y Ann Radcliffe.

Ya el 15 de junio de 1886 en Diodati, Ginebra, nació el germen de lo más tarde sería "The Vampyre", el primer cuento de miedo en el que aparece la figura del vampiro.

En la Alemania romántica la figura más destacada es Hoffmann, mientras que en el caso de Francia el cuento de miedo nace del escepticismo racionalista, juega con lo sagrado y lo numinoso, y se convierte en diversión. Perrault y Jacques Cazotte son sus representantes más destacados.

El romanticismo norteamericano fue muy popular tanto en las novelas de aventuras como en las de amor, pero no cuenta con tradiciones sobrenaturales propias en las que apoyarse o inspirarse. El autor más destacado es Washington Irvin con sus "Cuentos de La Alhambra".

Otros autores que destacaron dentro de la escuela gótica fueron Poe, al que más tarde se le dedicará un capítulo en este curso, y al que se debe el moderno cuento de terror en un estado final y más depurado. Por otra parte, Wilkie Collins es autor de las novelas "La dama de blanco" o "La piedra lunar", que son el origen de la novela policíaca.

La novela gótica se desarrolla, habitualmente, en el castillo gótico con una terrible antigüedad, inmensas distancias con sus alas laberínticas, desiertas o arruinadas; corredores húmedos; espantosas catacumbas ocultas y legiones de fantasmas y leyendas estremecedoras como núcleo del suspense y espanto demoníaco.

Se incluye al noble, tiránico y malévolo, en el papel de villano; la inmaculada heroína, que sobrelleva los mayores terrores y que sirve como foco para la simpatía del lector; el héroe valeroso e impoluto, siempre de alta cuna; el tópico de los resonantes nombres extranjeros, sobre todo italianos, para denominar a los personajes, y el despliegue de recursos como goznes que rechinan, lámparas que se extinguen o colgaduras en las paredes.

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